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jueves, 15 de diciembre de 2016

El problema de ser o autodenominarme escritor, son las palabras, vaya ironía.
Escribir sobre alguien en ocasiones nos salva la vida, escribir sobre alguien es brindar y otorgar la inmortalidad, aunque el sentimiento que nos haya llevado a escribirle haya sido temporal.
No es importante si los textos no llevan dedicatoria con nombre y apellido, gracias a esto, varias, muchas y suficientes personas pueden sentir aquellas letras, palabras, oraciones, párrafos… como suyos.
Escribir sobre alguien puede ser tan difícil como tomar una decisión o tan fácil como respirar, escribir sobre alguien nos puede liberar de recuerdos o encadenarnos a ellos.
Escribir sobre alguien puede ser una buena y mala jugada, puede ser una carga, un arrepentimiento futuro pero jamás será una estupidez hacerlo, porque así como escribimos lo mejor de una persona podemos acabar con su reputación.
Escribir sobre alguien nos obliga a narrar el maravilloso principio y el inevitable final… Una de las tantas personas que me escucho contarle sobre el peor de mis traumas, -Era escritor- y me dio un maravilloso regalo, me dijo que no debía temerle más a aquella situación que me causaba pesadillas y desvelos.
Me seguro que algún día, yo, me convertiría en la inspiración de alguien, que pasara lo que pasará, yo tenía la posibilidad de ser eterna y todo gracias a las letras, desde aquel día me enamore perdidamente de la idea de contar sobre mí y mi entorno.
Esto de cierta forma fue una cálida medicina y egocéntricamente ha sido perfecto el saber que no pasajera totalmente, que estoy plasmada en la mente de varias personas y que me ha pasado lo mismo, que he podido dedicar textos a las personas que amo y admiro.
Así que, como dice el dicho, el doloroso dicho, nunca te enamores de un escritor… al menos, que como yo, busques la perpetuidad.

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